Quería reiterar el mantra que ha mantenido mi viaje soportable durante casi un año: Armadura puesta. Oraciones en alto. En marcha. Esas palabras tienen un significado especial, ya que conectan mi fe, mi personalidad luchadora y mi tenaz determinación de sobrevivir a esta odisea.
Como mujer con un diagnóstico inesperado de cáncer uterino y cervical sincrónico a los 64 años, he tenido muchas oportunidades de tirar la toalla y acurrucarme a esperar mi destino. Pero eso sería contrario al espíritu de lucha que nace de ser la enana del patio en el colegio, una litigante negra solitaria en un tribunal homogéneo y una madre que negociaba con conductores adolescentes en casa. El cáncer es horrible y a veces doloroso, pero me he enfrentado a otras cosas terribles sobre las que no he tenido ningún control (me viene a la mente un cálculo renal en 1995 y la posterior operación).
Realmente no puedes recorrer este camino sola. Tengo la suerte de contar con una maravillosa pandilla de familiares y amigos en todo el país. El grupo de apoyo de SHARE para pacientes con cáncer de útero de ascendencia afroamericana ha sido un verdadero salvavidas. Sin ese grupo de hermanas compasivas y transparentes, tendría poca gente que entendiera de verdad el camino. Otras personas no parecen reírse tanto como nosotras de algunas cosas que no tienen gracia, como la diarrea, las calvas y los dilatadores. Mis hermanas de SHARE han pasado por eso y lo entienden.
El 9 de enero hice sonar la tan esperada campana y más tarde me hicieron un escáner PET. Cuando la gente me pregunta si estoy curada, me río y respondo que no, que simplemente ha habido una bifurcación en el camino y que mi nueva senda es la de la vigilancia. Les recuerdo mi mantra, las palabras que me mantienen con los pies en la tierra cada día: Armadura puesta. Oraciones en alto. En marcha.